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Ordenación episcopal de Carlos Escribano
 

UN DÍA INOLVIDABLE

Don Carlos en el momento de recibir el báculo, curiosamente de manos de Uri, un seminarista de Tarrasa que Carlos acompañó en Zaragoza

Esta es una confesión de uno de los redactores de esta página acerca de la Ordenación Episcopal de Carlos Escribano, ahora Monseñor Carlos Escribano, que pudimos vivir ayer en Teruel. Escribano es uno de los buenos amigos de este pobre cura, Daniel, así que pueden imaginarse Vds. la emoción que vivió este domingo cuando experimentaba tan de cerca los últimos momentos de la vida como sacerdote de un amigo y pasaba a ver el peso pastoral que caía sobre los hombros del Pastor Escribano.

Todo fue extraordinario. La gravedad que parecía caer sobre don Carlos en el momento mismo de tomar posesión de la sede episcopal. Una mirada profunda, seria y como ausente, tratando de asumir cómo Dios ponía sobre una persona normal la Misión inaudita del Reinado de Dios en una parte del mundo.

Algún gesto de cansancio, de sorpresa, y al tiempo la alegría que dirigía en diversas miradas cuando se daba cuenta de que en el fondo no tenía más que ser el último de los siervos.

Luego vinieron los abrazos a los Obispos, sus hermanos mayores, que le imponían las manos poniendo su tarea no en otro lugar que en la fuerza del Espíritu que él podía encontrar dentro de su corazón.

Luego vino el paseo por la plaza, entre sus amigos que no habían podido a la Catedral y las filas de quienes querían mostrarle su apoyo y su adhesión a la nueva tarea que venía. Yo entonces volvía entender lo del ciento por uno en la tierra del Evangelio. Quien deja algo por Cristo, no pierde ni una milésima de lo importante, si acaso, algo de su propio yo, que deja un poco más sobre Cristo.

Los comentarios de la gente que advertía la maravilla del acontecimiento eclesial, los de mi madre, sobre una persona tan cercana a nosotros como era Carlos, los de Teruel, que confiaban tanto en el ánimo y la dirección del que iba a ser su Pastor.

Ayer fue una vivencia pura de Iglesia. Un minuto antes de salir a la celebración, ya revestido Carlos y los amigos que tuvimos el provilegio de acompañarlo en los últimos pasos, rezamos este himno de la Hora Intermedia de ayer mismo, que se cumplía casi literalmente en la plaza de la Catedral de Teruel:

Esta es la hora en que rompe el Espíritu el techo de la tierra, y una lengua de fuego innumerable purifica, renueva, enciende, alegra las entrañas del mundo.

Esta es la fuerza que pone en pie a la Iglesia en medio de las plazas y levanta testigos en el pueblo, para hablar con palabras como espads delante de los jueces.

Llama profunda, que escrutas e iluminas el corazón del hombre: restablece la fe con tu noticia, y el amor ponga en vela la esperanza hasta que el Señor vuelva. Amén. 

 
 
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