| Reflexiones en torno a la exhortación apostólica de Benedicto XVI “Verbum Domini” (pinche arriba para acceder al documento) La evangelización es caridad Salmo 146,7.8-9.10.
”…hace justicia a los oprimidos y da pan a los hambrientos. El Señor libera a los cautivos, abre los ojos de los ciegos y endereza a los que están encorvados.
El Señor protege a los extranjeros y sustenta al huérfano y a la viuda; el Señor ama a los justos y entorpece el camino de los malvados.
El Señor reina eternamente, reina tu Dios, Sión, a lo largo de las generaciones”. ¡Aleluya! Acogido a esta columna tan sugerente de “soplos del Espíritu, me propongo compartir con vosotros los pensamientos y acotaciones que me suscitó la lectura de la exhortación apostólica promulgada por el Papa el pasado 30 de septiembre, que es muy rica en contenidos y fuente de reflexión y meditación. Toda ella gira en torno a la Palabra del Señor. Mientras leía que todos los bautizados somos responsables del anuncio de la Palabra, y que los primeros que tienen derecho al anuncio del Evangelio son precisamente los pobres, “no sólo necesitados de pan, sino también de palabras de vida”, vino a mi mente la certeza de que el mejor acto de caridad es la evangelización y que la mejor evangelización viene del testimonio de amor que podemos ofrecer. No se trata de eludir la obligación de ser solidarios ante la pobreza como expresión de un estado de necesidad que surge a consecuencia de nuestras vulnerabilidades como seres humanos, porque el Señor nos llama claramente a remediarlas. El hambre, la sed, la enfermedad, la injusticia, la marginación, la soledad, el desamparo, el sufrimiento, la persecución, la opresión, el cautiverio y la falta de recursos básicos, son misteriosamente «abrazados» por la ternura de Dios. Como dice Benedicto XVI, mientras la palabra del hombre parece enmudecer ante el misterio del mal y del dolor, la Palabra de Dios nos revela que también las circunstancias adversas son objeto de su amorosa solicitud. El Hijo del hombre considera que todo lo que hacemos o dejamos de hacer a uno sólo de sus «humildes hermanos», se lo hacemos o dejamos de hacérselo a Él: «Tuve hambre y me disteis de comer, tuve sed y me disteis de beber, fui forastero y me hospedasteis, estuve desnudo y me vestisteis, enfermo y me visitasteis, en la cárcel y vinisteis a verme» (Mateo 25,41.45) Pero la pobreza y la riqueza tienen otro significado que me ha influido en el concepto de caridad integral que busco. En la Biblia, el Señor ensalza la sencillez de corazón de quien reconoce a Dios como la verdadera riqueza y, en consecuencia, el verdadero pobre es el que, desapegado de los bienes de este mundo, se confía totalmente a Dios, poniendo en Él su única esperanza. Así pues, nuestra verdadera riqueza viene del hecho de ser cristianos que hemos tenido la dicha de encontrarnos con el Señor y haber quedado enamorados de Él. Y es ese tesoro el que con preferencia debemos compartir mediante la evangelización.
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El desapego por los bienes terrenos, tener sin tener, es un presupuesto previo para centrar nuestra atención en los bienes espirituales que, igualmente que los terrenos, recibimos y poseemos por la gracia de Dios y que debemos transmitir y compartir con los demás. Una caridad basada únicamente en la entrega de bienes materiales se queda corta, sino va acompañada de la entrega amorosa de nosotros mismos, en comunión con Cristo y con nuestros hermanos necesitados del anuncio de la Palabra de Dios.¿Como integrar en la caridad los dos mandatos del Señor? Lo que se trata es descubrir como podemos llegar a la verdadera caridad, y ya sabemos por la Palabra que una caridad integral debe atender a las necesidades del cuerpo y del alma como un todo. La caridad cristiana no admite, pienso yo, categorías intermedias, porque, a diferencia de otras actitudes humanitarias y filantrópicas, no puede deslindar “pan” y “palabra” y atender al necesitado sin ver en él la imagen de Cristo sufriente y no dárselo a conocer. Mi corazón me dice que la caridad no es un sentimiento interno sino que se trata de un amor activo que trasciende de nosotros y transforma la realidad tangible o espiritual de aquel que la da y la recibe. El sujeto destinatario de nuestra caridad puede buscar de nosotros solamente paliar sus necesidades terrenales pero nuestra obligación como cristianos no debería limitarse a cubrir esa petición de ayuda, sino proponer, nunca imponer, la escucha de la “Buena Nueva” de saber que es amado y será salvado por Dios. La caridad, al ser comunicativa, opera en los dos sentidos y, como dice Benedicto XVI, los “mismos pobres son también agentes de evangelización”, al interpelarnos y mover nuestro corazón a un compromiso renovado a favor de los que sufren. En nuestra vida de relación social y familiar nos encontramos con muchos cristianos necesitados de que se les vuelva a anunciar persuasivamente la Palabra de Dios, de manera que puedan experimentar por si mismos la fuerza del Evangelio. ¡Tantos hermanos están bautizados, pero no suficientemente evangelizados! Hay ahí una situación generalizada de pobreza que debe estimular nuestra caridad. Todos nos damos cuenta, como dice el Papa en la exhortación que comento, de la necesidad de que la luz de Cristo ilumine todos los ámbitos de la humanidad: la familia, la escuela, la cultura, el trabajo, el tiempo libre y los otros sectores de la vida social. El Espíritu Santo, protagonista de toda evangelización no cesará de ayudarnos en nuestro cometido pero es indispensable que seamos conscientes de que, para que sea creíble la palabra de Dios que anunciamos, debemos ser creíbles también nosotros. En eso consiste el reto que deberíamos tener siempre presente en nuestra relación con los demás. Nuestro testimonio de vida debe convencer a nuestros hermanos de que la Palabra es algo que tiene probada eficacia, que se puede vivir y que hace vivir. La Palabra de Dios llega a los hombres «por el encuentro con testigos que la hacen presente y viva», hombres que buscan imitar a Cristo. Nuestra caridad no debería limitarse a compartir con tibieza o timidez valores comunes a otras religiones, que en una sociedad secularizada es importante pero no suficiente. Como dice Pablo VI, “No hay evangelización verdadera, mientras no se anuncie el nombre, la doctrina, la vida, las promesas, el reino, el misterio de Jesús de Nazaret, Hijo de Dios”. Y ello, buscando con imaginación los medios más adecuados a cada situación, aún a riesgo de sufrir persecuciones, que en nuestro tiempo frecuentemente toman la forma de incomprensión, menosprecio, burlas e insultos. A pesar de todo, nuestra perseverancia dará frutos, porque como en los tiempos del profeta Amós, “vienen días - oráculo del Señor Yahveh - en que yo mandaré hambre a la tierra, no hambre de pan, ni sed de agua, sino de oír la palabra de Yahveh”. ¡Gloria al Señor! |