| SALIMOS AL ENCUENTRO DEL SEÑOR Comenzamos el Adviento. La liturgia en estos días nos va recordando, conforme nos acercamos a la Navidad, que lo que sucedió en aquel tiempo, hace dos mil años, sigue vigente en nuestros días. Y que el Señor que vino, y se ha quedado con nosotros, ha de volver para que nosotros estemos siempre con El. Los cristianos tenemos que vivir este tiempo, y siempre, en tensión, entre lo que ya hemos recibido, y lo que todavía nos falta por recibir. Por eso es tiempo de esperanza, no de pasividad o de cruzarnos de brazos a verlas venir, sino de gozo y de esfuerzo para compartir nuestra alegría con todos. El Señor, que ya vino, como celebramos con los villancicos de Navidad, es el mismo que viene a todas horas en el hermano, y no precisamente siempre en un clima festivo y de alegría. Los problemas y las necesidades, incrementados por eso que llamamos la crisis, y que en definitiva es, como siempre, la falta de amor, la indiferencia, la insolidaridad, las desavenencias en la gran familia humana, están dejando en la pobreza y en la desesperanza a cientos de miles de hermanos. Dios se ha hecho presente en nuestro mundo para estar con nosotros, para caminar a nuestro lado, para compartir nuestras preocupaciones y problemas, pero, sobre todo, para brindarnos su ayuda en la solución de lo que nos complica la vida y no nos deja vivir en paz y felices. Por eso, no podemos quedarnos tan tranquilos, comiendo turrón, sino que debemos trabajar y comprometernos en compartir la cesta de Navidad con todos los que tienen hambre y sed, con los que están desnudos, con los enfermos, con los emigrantes, con los encarcelados. Salir al encuentro del Señor es salir al encuentro del hermano, del que nos necesita, y acogerlo y hacerle sitio entre nosotros y compartir nuestra esperanza y todo cuanto tenemos.
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