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Tiempo de esperanza, por don Javier

 

NAVIDAD ES TIEMPO DE ESPERANZA

 

1.  HABLAR DE ESPERANZA EN TIEMPOS DE CRISIS

En el marco de la campaña que iniciamos hace dos años con el lema: “vive sencillamente para que otros, sencillamente, puedan vivir”, y en medio de una sociedad asfixiada por la crisis, el desempleo y el desánimo, Cáritas nos invita, en este tiempo de Navidad, a “construir espacios de esperanza”: Navidad es tiempo de esperanza.  Cáritas, desde su acción, su denuncia y su compromiso con las personas más vulnerables de nuestra sociedad, anuncia desde su propia experiencia un camino de esperanza, un horizonte abierto al cambio, que tiene su raíz en el corazón y en el comportamiento de cada persona”.[1]

Caminamos tiempos difíciles, la desesperanza hoy campa a sus anchas, hay una dictadura del desánimo, de la impotencia, de la amargura, que aprisiona a tantas familias y las hace más vulnerables, tantas personas sin trabajo, tantos jóvenes sin futuro… hay una mayor exclusión de quienes ya estaban en los márgenes de la vida, la desigualdad y la pobreza se agudizan… Tantas frustraciones personales, perdida de dignidad, agobio de padres para sacar adelante a sus hijos,… la sociedad está muy golpeada por todo lo que conlleva esta crisis: la esperanza es lo último que se pierde…algunos, no pocos, ante la persistencia de la crisis, ya la han perdido.


 


¿Es posible tener esperanza? Parece difícil rescatar la esperanza. Desde el dinero, los sistemas económicos, sociales y políticos, desde el mundo del consumismo…hay silencio, o si se habla, no es creíble (los famosos brotes verdes de los que hablan unos y otros). Nadie cree en esa esperanza que se ofrece. Pero en este silencio aparece nítida la voz de Cristo: “acudid a mi todos los que estáis cansados y agobiados y yo os aliviaré, porque mi yugo es llevadero y mi carga ligera”.

Por eso, “Cáritas tiene la osadía ante esta situación actual de proclamar que esta Navidad es tiempo de esperanza”.[2] Una osadía que también tuvo Jesucristo ante sus conciudadanos en la Sinagoga de Nazaret: “El Espíritu del Señor está sobre Mí, porque me ha ungido para evangelizar a los pobres, para proclamar a los cautivos la libertad, y a los ciegos la vista, a poner en libertad a los oprimidos; a proclamar el año de gracia del Señor”.[3] Haciendo alusión a las palabras del profeta Isaías, Jesucristo da esperanza a un pueblo oprimido por tantas cuestiones.

Cáritas tiene la vocación de analizar y denunciar, pero también de ¡generar esperanza! Por eso, con la campaña de este año quiere ayudarnos a tomar conciencia del gran papel que jugamos cada persona, cada comunidad cristiana, en este momento de la historia, en la siembra generosa de esperanza.

 

 

2.                 GLOBALIZAR LA ESPERANZA: SER TESTIGOS

 

El Papa, en Lampedusa, denunció la “globalización de la indiferencia”, denuncia que repite en la Evangelii Gaudium.[4] Cáritas, en esta campaña de Navidad, nos urge a “globalizar la esperanza”.[5] En este tiempo de crisis, dar esperanza es el reto más importante que tenemos en la Iglesia.

Pero, ¿de qué esperanza hablamos?

Todo el Antiguo Testamento es un canto a la esperanza: esperanza tras el diluvio, esperanza durante la esclavitud en Egipto, esperanza durante el éxodo de alcanzar la tierra prometida, esperanza de la instauración del reino de israel, esperanza durante el exilio de Babilonia…los profetas, en definitiva, proclaman la esperanza del Mesías.

La esperanza de la que nos habla el Antiguo Testamento se cumple en Cristo: “¿eres tú el que ha de venir o tenemos que esperar a otro? Id y decidle a Juan lo que habeis visto y oído: los ciegos ven, los leprosos quedan limpios…a los pobres se les anuncia el Evangelio”.[6] Con el nacimiento de Cristo la esperanza se ha visto colmada, el reino de Dios ha venido. ¡Esta es nuestra esperanza!

Pero este reino está creciendo lentamente, como un grano de mostaza. Entre la plenitud de los tiempos y el final de los tiempos, la Iglesia está en camino como pueblo de la esperanza, con la vocación de ser testigos de la esperanza para sus contemporáneos.[7]

Ser testigos de esperanza en tiempos de bonanza lo hace cualquiera. La sociedad consumista genera esperanza ahora ante el cobro de la extraordinaria, pero… ¿y los que no la tienen? ¿Y el resto del año? Pero ser testigos en tiempo de crisis sólo es posible desde la fe en Cristo que actúa mediante la caridad. Sólo esta fe que actúa por la caridad será capaz de abrir en los corazones de los hombres caminos nuevos que lleven a la civilización del amor. Esta es la gran llamada que tenemos los cristianos. Y este reto lo podemos asumir porque nuestra esperanza nace de Jesucristo.

La esperanza nace exclusivamente, por tanto, de una fuente: Jesucristo. Pero es una fuente que tiene dos caños:

 

A. Sentirnos incondicionalmente amados por Dios. “La esperanza es un brote de luz que nace de la certeza de ser amado por Dios, más allá de todo”.[8] Esto es lo que expresa la Navidad: la prueba de que Dios nos ama. Por eso, Navidad es tiempo de esperanza.

Dios ha intervenido en la historia (el Antiguo Testamento es economía de salvación), y Dios interviene hoy en nuestra historia: “Jesús, con su estilo de vida y con sus acciones, ha demostrado cómo en el mundo en que vivimos está presente el amor, el amor operante, el amor que se dirige al hombre y abraza todo lo que forma su humanidad. Este amor se hace notar particularmente en el contacto con el sufrimiento, la injusticia, la pobreza; en contacto con toda la condición humana histórica, que de distintos modos manifiesta la limitación y la fragilidad del hombre (…) el modo y el ámbito en que se manifiesta este amor es llamado en el lenguaje bíblico Misericordia”.[9]

La esperanza es, por tanto, fruto de la manifestación del rostro del padre: rico en Misericordia. La Iglesia, Cáritas, será testigo de la esperanza si manifiesta este rostro misericordioso del Padre a los más débiles y vulnerables.

La gran esperanza del ser humano, esa esperanza que resiste a pesar de todas las desilusiones y contrariedades, esa esperanza que es el Dios que nos ha amado y que nos sigue amando hasta el extremo. Quien ha sido tocado por el amor de Dios empieza a intuir qué quiere decir la palabra esperanza”.[10]

Nuestra esperanza tiene su raíz en la experiencia de Dios. Si queremos dar esperanza, tenemos que favorecer la experiencia de Dios, que se sientan tocados por el amor de Dios.

 

B. Creemos en un Dios que se conmueve con los más débiles. Los “ricos” festejan en Navidad que tienen vacaciones, regalos, paga extraordinaria, comidas especiales, champán,…los “pobres” festejan en Navidad que Dios les “invita a comer con ellos”, Dios los sienta a su mesa. Los primeros invitados a la primera Navidad de la historia, son los pastores.

Para la Iglesia, la opción por los pobres es una categoría teológica, antes que cultural, sociológica, política o filosófica. Esta preferencia divina tiene sus consecuencias en la vida de fe de los cristianos, llamados a “tener los mismos sentimientos de Cristo.”[11] El Papa Francisco nos dice que el criterio para saber “si corremos en vano” es si nos acordamos de los pobres.[12] Es lo único que le piden a Pablo cuando va a Jerusalén.[13]

La esperanza cristiana pide y favorece una creciente confianza en Dios, y una apertura cada vez más generosa a los hermanos, especialmente a los más desfavorecidos”.[14]

El amor de Dios nos compromete a favor de los demás, nos impulsa a actuar como Jesús: despertar la esperanza entre la gente sencilla, humilde y pobre, entre los que sufren.”[15]

Esta es la revolución a la que nos llama el Papa Francisco (“¡hagan lío!”[16]). Por eso, podemos y debemos ser promotores, portadores de esperanza. Aquí está el gran reto que nos lanza Dios, y nos recuerda la Iglesia a través del Papa y de Cáritas. Sólo desde esta convicción seremos capaces de construir espacios de esperanza, y abrir caminos nuevos. Ya decía S. Pedro: “siempre dispuestos a dar razón de nuestra esperanza[17], con nuestra vida, con nuestro testimonio. ¡Hoy es un imperativo urgente! ¡Hay que ser Buena Noticia para los que han perdido la ilusión y la esperanza en esta crisis!

 

3.                 TRES CLAVES QUE DEBE TENER LA ESPERANZA

(a la luz de la Evangelii Gaudium)

 

3.1.- Esperanza encarnada: “Quiero una Iglesia pobre…

 

El imperativo bíblico de escuchar el clamor de los pobres se hace carne en nosotros cuando se nos estremecen las entrañas ante el dolor ajeno”.[18] Si no se comparte el sufrimiento, no se podrá compartir la esperanza.

            La esperanza que necesita el mundo no es la que da un “maestro”, sino la que da un testigo. Es la pedagogía de Dios que canta el himno de Efesios: “Dios se hace hombre para correr la suerte de los hombres”. El corazón de Dios tiene un sitio preferencial para los pobres, tanto que Él mismo se hizo pobre: “siendo rico, se hizo pobre para enriquecernos con su pobreza”.[19]

El Papa Francisco nos lo describe de una manera muy bella: “La Encarnación es gracias al sí de una humilde mujer joven, de un pequeño pueblo en la periferia de un gran imperio; nació en un establo, entre animales[20]; ofrecido al Templo con dos pichones, porque no podían permitirse la compra de un cordero; creció en un hogar de sencillos trabajadores y trabajó con sus manos para ganarse el pan; se identifica con los pobres: “tuve hambre y me distéis de comer…”.[21]

            La esperanza nace, por tanto, de un Dios que se ha hecho pobre por nosotros. Y esta esperanza será creíble:

            + si descubrimos la fuerza salvífica de la vida de los pobres, que en sus propios dolores conocen al Cristo sufriente. Tocamos la carne de Cristo al tocar la carne del pobre.

            + si somos capaces de leer la misteriosa sabiduría que Dios quiere comunicarnos a través de los pobres: ¡dejémonos evangelizar por los pobres! ¡Pongámosles en el centro del camino de la Iglesia! No son la periferia de la Iglesia, son su corazón. No son clientes que vienen a nuestras acogidas de Cáritas, son parte esencial de la Iglesia.

 

3.2.- Esperanza que me lleva a sentirme responsable del otro: “…para los pobres”.

 

            El amor de Dios nos compromete a favor de los demás, nos hace sentirnos responsables del otro, nuestro prójimo y nuestro hermano, su suerte es nuestra suerte”.[22]

            Es la voz de Dios la que resuena hoy en nuestro corazón: “Caín, ¿dónde está tu hermano?” El pecado le lleva a responder: “¿Acaso soy yo el guardián de mi hermano?[23] Nada de lo humano, ni ninguno de los hombres, nos es indiferente. ¡No a la globalización de la indiferencia!

            El Papa Francisco, citando la homilía de Benedicto XVI en la Misa de apertura del Año de la Fe, dice que “es cierto que hay una desertificación espiritual (…) pero en el desierto se vuelve a descubrir el valor de lo que es esencial para vivir (sentirse amado)…son muchos los signos de esta sed (de amor)…y en el desierto se necesitan personas que, con su propia vida, indiquen el camino hacia la tierra prometida y de esta forma mantengan la esperanza (…) hemos de ser personas-cántaros para dar de beber a los demás”.[24]

Hemos de dar el agua de la esperanza y del amor. Aquí radica la verdadera forma de ser testigos de la esperanza: en el estilo de relacionarnos con los demás. El Papa Francisco es un icono de este estilo, nos invita a “saber mirar la grandeza sagrada del prójimo, saber descubrir a Dios en cada ser humano, que sabe abrir el corazón al amor divino para buscar la felicidad de los demás como la busca su Padre bueno”.[25]

¡Ser personas a quienes les importa la suerte del otro! Visitemos los belenes de nuestro entorno, que son las familias que lo pasan mal, llevémosles cariño, ternura…Cuidado con vivir la “caridad de oficina”, sin rostros, desde el despacho, como si Cáritas fuera un dispensario donde pagamos la luz, el alquiler, etc; actuando como “Don Criterio” (fariseísmo caritativo), prisioneros de enconos y durezas, alimentando condenas y prejuicios. Visitemos y acompañemos las familias, entrando en sus casas con la conciencia de que pisamos tierra sagrada, no vayamos como “perdona vidas”. Sólo seré verdadero testigo de la esperanza si doy cariño, escucha, les dedico tiempo, les acompaño, les hago sentirse importantes para alguien…tener con ellos gestos significativos.

El Papa Francisco nos invita a una revolución: “el Hijo de Dios, en su Encarnación, nos ha invitado a la revolución de la ternura”.[26] En la última entrevista que ha concedido a un periódico italiano, dice que “jamás hay que tener miedo a la ternura”.

 

3.3.- Esperanza que me compromete ante la sociedad.

 

            Feuerbach nos acusa a los cristianos de ser adormecedores de conciencias, como si identificáramos la esperanza con la resignación. Nada más lejos de la verdadera esperanza. No es una espera como cuando uno espera el tren. Si éste se retrasa, no queda más que tener paciencia y esperar, resignarse a que llega con retraso.

La verdadera esperanza te lanza al compromiso. No “licuemos” la esperanza con nuestra indiferencia, con nuestro conformismo, con nuestro mirar para otro lado, con nuestra resignación. “La esperanza cristiana no es espera pasiva del futuro, ni resignación conformista, ni tampoco se reduce a un ingenuo optimismo. La esperanza mira más lejos, amplía el espacio de la responsabilidad, dilata el horizonte y nos invita a mirar hacia delante”.[27] Es lo que sentenció San Agustín: “actúa como si todo dependiera de ti, espera como si todo dependiera de Dios”.

Por tanto, la verdadera esperanza surgirá también desde el compromiso por sanar la sociedad, para que sea más justa, por defender la dignidad humana para todos, por comprometerse a que no haya excluidos. Una sociedad donde los pobres son sean un estorbo, sino un reto a atender.

Nuestra tarea como Iglesia implica y exige una promoción integral del ser humano. “No puede ser que la religión deba recluirse en el ámbito privado y que esté sólo para llevar almas para el cielo. Sabemos que Dios quiere la felicidad de sus hijos también en esta tierra, aunque estén llamados a la plenitud eterna, porque Él creó todas las cosas para que las disfrutemos[28], para que todos puedan disfrutarlas”.[29]

Nuestra fe no puede quedar en la intimidad secreta de las personas, sin influencia alguna en la vida social. “¿Quién pretendería encerrar en un templo y acallar el mensaje de San Francisco de Asís y de la beata Teresa de Calcuta? Una auténtica fe –que nunca es cómoda e individualista- siempre implica un profundo deseo de cambiar el mundo, de transmitir valores, de dejar algo mejor detrás de nuestro paso por la tierra. Amamos este magnífico planeta donde Dios nos ha puesto, y amamos a la humanidad que lo habita, con todos sus dramas y cansancios, con sus anhelos y esperanzas, con sus valores y fragilidades. La tierra es nuestra casa común y todos somos hermanos”.[30]

No seremos testigos de esperanza si no nos afecta lo que pasa a nuestro alrededor, el estado de salud de nuestra sociedad. Hemos de amar el mundo apasionadamente. Mi fe tiene que influir para que el mundo, “mi casa”, sea más justo, para que se realice en él el verdadero Reino de Dios. La acción caritativa tiene que ser una acción transformadora. Sólo así la esperanza será capaz de crear nuevos espacios donde haya nuevas convicciones y mentalidades, donde cada persona pueda llegar a ser por sí misma, artífice de su destino, su progreso, su realización personal. Daremos esperanza si aseguramos alimentos para todos, pero si también garantizamos el poder ser personas. Así se manifiesta el Papa Francisco: “nuestro sueño vuela más alto. No hablamos sólo de asegurar a todos la comida, o un decoroso sustento, sino que tengan prosperidad sin exceptuar bien alguno”.[31]

Por eso, para construir espacios de esperanza hemos de asumir los retos que nos indica el Papa Francisco: no a la economía de exclusión, no a la globalización de la indiferencia, no a la idolatría del dinero, no al individualismo.[32]

¡No nos dejemos robar la esperanza por la tiranía de estos ídolos de la sociedad de consumo!

 

Aquellos discípulos iban a Emaús cabizbajos, sin esperanza, con sensación de impotencia y fracaso. Pero su encuentro con Cristo les cambió radicalmente, y volvieron a Jerusalén llenos de esperanza y de vigor. ¿Hacia dónde voy yo? ¿Hacia Emaús o hacia Jerusalén?

Que María, Nuestra Señora de la Esperanza, nos obtenga el gozo de la Buena Noticia, para que en los momentos de prueba, como hoy día, y como les sucedió a los caminantes de Emaús, la presencia de Cristo cambie nuestro desánimo en gozo y esperanza.



[1] Presentación de materiales de la campaña de Cáritas

[2] Ramon Sabaté, Suplemento de Cáritas en Iglesia en Zaragoza.

[3] Lc 4, 18.

[4] Francisco, Evangelii Gaudium 57.

[5] Gonzalo Gonzalvo, Suplemento de Cáritas en Iglesia en Zaragoza.

[6] Lc 7, 22.

[7] F.X. Nguyen van Thuan, Testigos de esperanza, Ciudad Nueva, Madrid 2001.

[8] Francisco, Evangelii Gaudium 12.

[9] Juan Pablo II, Dives in Misericordia 3.

[10] Benedicto XVI, Spe Salvi 27.

[11] Flp 2, 5.

[12] Francisco, Evangelii Gaudium

[13] Gal 2, 10.

[14] Juan Pablo II, Discurso en los Ejercicios Espirituales dirigidos por Card. Van Thuan.

[15] Benedicto XVI, Spe Salvi 28.

[16] Francisco, Discurso a los jóvenes en Río de Janeiro.

[17] 1 Pe 3, 15.

[18] Francisco, Evangelii Gaudium 193.

[19] 2 Cor 8, 9.

[20] El ambiente del establo de Belén es semejante al de muchos pobres de hoy: sin casa, luz, sin calefacción. Pero hay mucha esperanza, porque hay mucho amor.

[21] Francisco, Evangelii Gaudium 197.

[22] Benedicto XVI, Spe Salvi 28.

[23] Gn 4, 9.

[24] Francisco, Evangelii Gaudium 86.

[25] Francisco, EG 92.

[26] Francisco, EG 88.

[27] Francisco, Lumen Fidei 57.

[28] 1 Tim 6, 17.

[29] Francisco, EG 182.

[30] Francisco, EG 183.

[31] Francisco, EG 192.

[32] Francisco, EG cap. II, Apartado 1º.

 

 
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